El de hoy es un tema que la comunidad científica lleva años combatiendo. Casi cada semana alguien nos pregunta sobre ello y en concreto sobre si merece la pena o no gastar dinero en los test de intolerancias alimentarias. 
Vayamos poco a poco porque el tema es denso y realmente importante.
Pero para empezar un detalle que os hará reflexionar: ¿sabéis que cada cierto tiempo nos quieren vender en la clínica los aparatos que realizan el test de intolerancia de alimentos? ¿Y sabéis cuál es la última razón que nos dan? Con este aparato vais a ganar mucho dinero. Y muy fácil además. 

La primera vez que lo oí en boca de un comercial me quedé petrificada: o sea, estaba tratando de venderme una máquina para quedarme con el dinero de la gente
Y lo digo claramente (yo, y cualquier otro profesional científico y sanitario): es un método condenado por las sociedades médicas/científicas desde sus comienzos.
Lo interesante aquí, (y quizá solo pueda responderlo algún compañero de Íker Jiménez) es por qué no se prohíbe. En fin… sigamos.

Una alergia alimentaria provoca la activación del sistema inmune de la persona. Y puede llegar a ser tan grave que le cause la muerte.
Por contra, la intolerancia alimentaria genera un tipo de respuesta distinta (que no implica al sistema inmune) y por lo general no es tan grave como la primera.

Una alergia alimentaria provocará picor en los ojos, sequedad en la boca, dolor abdominal, vómitos y diarrea, enrojecimiento de la piel y dificultad para respirar. El cuadro puede empeorar hasta causar la muerte a la persona alérgica.
La intolerancia provocará principalmente malestar y/o distensión gastrointestinal, llegando a la diarrea en algunos casos. Y de ahí no pasará.

Seguro que a todos os suena eso de “las pruebas de la alergia“. Son aquellas en las que con un pequeño punzón, la enfermera nos rasga un poco la piel en varios sitios de la cara interna del brazo, y sobre los arañazos deja caer una gota transparente. Cada gota suele ser un agente alérgico: si “nos da reacción” (surge un ronchón rojo e hinchado, que pica mucho) seremos alérgicos a X sustancia.
Esas pruebas se hacen en un hospital o centro médico especializado y las interpretará el médico especialista correspondiente.

Las pruebas de la intolerancia son distintas: como no implican al sistema inmune, no servirá de nada realizar el protocolo anterior.
Por ejemplo, para detectar la intolerancia a la lactosa hay varias pruebas:
– la del hidrógeno espirado
– la de la glucemia
– y la de la acidez fecal
Otras intolerancias requieren de pruebas sanguíneas, serológicas y hasta de biopsias intestinales (como en el caso de la intolerancia al gluten) para ser diagnosticadas.
Lo que sí tienen en común estas pruebas con las de la alergia es que se harán en un hospital o centro médico especializado.

Los test de intolerancia a alimentos dicen que mediante una prueba sanguínea (y hasta de saliva) y con la ayuda de una máquina especial, nos harán un listado de los alimentos que “a la persona le van mal”. La mayoría de veces se hacen en el contexto de la pérdida de peso y el listado pasa a llamarse “los alimentos que te engordan”. 
Y nada más lejos de la verdad y el rigor científico.
Todavía recuerdo a una paciente que nos dijo que según el test que se hizo hacía un tiempo, le engordaban las berenjenas y las zanahorias, y lo asombroso es que no las probaba jamás porque las aborrecía. La pobre acudía a nosotros agobiadísima porque no entendía la causa de su sobrepeso: ¡si nunca como zanahoria ni berenjena! nos decía una y otra vez…
Estos test se hacen en cualquier lugar: una tienda de un centro comercial, un gimnasio, e “inexplicablemente” a veces en farmacias o centros dietéticos.
Hace años un grupo de estudio español integrado por dietistas-nutricionistas declaró lo siguiente sobre esos test: 
  • No han sido validados mediante métodos científicos rigurosos.
  • No han mostrado ser fiables ni reproducibles, además de no correlacionarse con los síntomas del paciente.
  • Se promueven para el diagnóstico y tratamiento de patologías en las que no se ha demostrado la participación del sistema inmunitario.
  • Pueden dar lugar a resultados confusos y a la instauración de tratamientos dietéticos ineficaces y, en determinadas ocasiones, potencialmente perjudiciales.
  • Pueden retrasar el diagnóstico y el tratamiento adecuado tanto en la obesidad, como en la (verdadera) intolerancia alimentaria.
  • Son costosos.
  • Están desaconsejados por las sociedades de alergología e inmunología clínica de referencia.
Por ello ningún profesional de la nutrición serio os recomendará haceros este test. Ni lo tendrá en cuenta si lo tenéis ya hecho. Y por ello no entra, ni entrará, por la Seguridad Social: porque sencillamente, no es real. Un médico no nos mediría el azúcar en sangre chupándonos un ojo.
Si queréis saber más sobre el tema os dejo estos artículos en los que podréis profundizar:
Los test y la seguridad social, de Julio Basulto para Eroski Consumer.

Soy María Astudillo Montero, 
fundadora y codirectora de ALEA desde el año 2006.
Coautora de La dieta ALEA, 2015 Ed. Zenith/Planeta.
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