Alexandra Cazorla Torres

Graduada en Nutrición Humana y Dietética por la Universidad de Alicante.
Cursando el Máster en Nutrición Clínica y Comunitaria.
La palabra anemia viene del griego an, no y haima, sangre (“no sangre”)*, por tanto se trataría de un estado de falta de sangre traduciéndose en una deficiencia de hemoglobina. 
Según la OMS existe anemia cuando un hombre adulto posee menos de 13g/dl de hemoglobina, en el caso de la mujer esa cifra bajaría a 12g/dl, mientras que si se trata de niños esta estaría alrededor de 11g/dl. 
No obstante, pese a ser de gran utilidad estos valores, al tratarse de un síndrome con múltiples causas, es mejor estudiar cada caso en particular y poner un tratamiento para cada individuo.
Existen varios tipos de anemias, pero solo el 43% de ellas* son debidas a causas nutricionales, siendo las de mayor frecuencia las ferropénicas.
La anemia ferropénica se caracteriza por un descenso de la cantidad de hemoglobina, bien por a la falta o por la disminución de la biodisponibilidad del hierro. Este se puede encontrar en forma de hierro hemo (hemoglobina, mioglobina y ferritina) y no hemo (hidróxidos de hierro y otras sales).
La anemia se produce cuando las pérdidas del mineral o los requerimientos del mismo son superiores a la ingesta de hierro en nuestra dieta. 
Las pérdidas de hierro pueden aumentar en algunas situaciones como la ingesta de determinados medicamentos anticoagulantes, úlcera gástrica, neoplasias, digestivas… etc. 
Además, existen algunos factores dietéticos que modifican la absorción de este elemento**:  
  • Aumenta por la presencia de proteínas de origen animal (carne, pescado y huevos) y disminuye por una alta ingesta de calcio. 
  • El hierro no hemo puede aumentar su absorción cuando se da junto con un alimento que contenga un agente reductor, es decir que contenga por ejemplo vitamina C. 
  • La presencia de filatos, oxalatos, proteínas de origen vegetal y algunos minerales dificultan, incluso llegan a inhibir la absorción de hierro.

Al tratarse de una anemia nutricional, sin duda la mejor solución es la variación de la dieta del paciente. 
Hasta el momento, la mejor fuente alimentaria del mineral es el hígado de cerdo, mejillones, ostras, riñones, corazón, anchoas, sardinas y carnes magras. 
Las judías secas son la mejor fuente vegetal de hierro. Algunas otras fuentes que nos proporcionan este elemento son: la yema de huevo, frutos secos, melazas de fruta, pasta integral, vino y cereales. 
En contraposición, la leche y los productos lácteos están prácticamente exentos de hierro.
Pero no solo basta con ingerir alimentos ricos en hierro, también la biodisponibilidad de los mismos ha de ser elevada. Por ejemplo, solo el 50% del hierro presente en cereales y algunos vegetales está disponible y lo puede utilizar nuestro organismo. Por tanto, hemos de tener cuidado con el mito de que hay que comer lentejas para tener hierro en nuestra dieta, pues pese a que pueden contener hierro en su composición, este está disponible para nuestro organismo en muy poca cantidad, por lo tanto sería ineficiente su ingesta para una persona que tenga anemia.
Como en todas las patologías o síndromes derivados de malos hábitos nutricionales o falta de ciertos nutrientes hay que creerse esa frase que dice “más vale prevenir que curar”, y cuidar nuestra alimentación todos los días.


BIBLIOGRAFÍA 
* Mátaix, J. (2009). Nutrición y alimentación humana (2ed.). Madrid: Ergon. 
** Vidal, E. (2009). Manual práctico de nutrición y dietoterapia. Sant Adríà de Besós, Barcelona: Monsa.MIA
¿Te ha gustado? ¡Compártelo!